Dada la cantidad de alternativas que existen hoy día para mantener segura el agua de nuestra piscina parece que no hacemos más que desprestigiar al cloro. El bromo y la electrólisis salina, según el contexto, son dos opciones de las que ya no se nos ocurre prescindir, pero debemos de darle algo de crédito al poder que sigue albergando, nuestro amigo de toda la vida, el cloro.
Miles de piscinas están a punto de retirar sus cubiertas para recibir al verano. Sin embargo, siempre que pensamos en verano nos vienen a la mente las toallas de colores extravagantes y los bañadores chorreantes, pero nunca nos acordamos de las invisibles formas de vida que proliferan en este entorno y pueden atacar a nuestra salud.
Para prevenir que las piscinas se transformen en caldo de cultivo de bacterias, los expertos llevan confiando en el poder del cloro desde hace mucho tiempo. Desde su normalización en el uso del tratamiento del agua a principios del siglo pasado, el cloro, dado su amplio espectro de erradicación de patógenos, ha sido nuestro principal aliado a la hora de mantener a raya todas las enfermedades que una piscina puede transportar.
El poder desinfectante del cloro
El cloro, sin importar el formato en que lo adquiramos, genera ácido hipocloroso al contacto con el agua; un ácido ligero pero muy competente a la hora de eliminar virus y bacterias como la Salmonella o el E. coli. Esto se debe a la carga eléctrica neutra que posee este ácido, inmune a las cargas negativas de las paredes celulares de las bacterias que repelen cualquier otra carga negativa que encuentran en el agua.
Al no estar cargado positivamente ni negativamente, el ácido hipocloroso puede atravesar las murallas celulares de los agentes patógenos para así exterminarlos.
Una vez dentro de la bacteria, el ácido hipocloroso ataca a las proteínas causando estragos en su estructura hasta que la funcionalidad de estas se deteriora y las células comienzan a morir.
Contra virus, el método de acción del cloro es diferente, pero es conocido por neutralizar la gripe y otras patologías víricas. En cambio, debemos de tener cuidado con ciertos protozoos como el que causa la diarrea que están más blindados frente al cloro. En estos casos, la solución es tan simple como vetar la entrada a la piscina a las personas con diarrea, especialmente si son niños.
Recordar que para que el cloro sea efectivo debemos mantenernos en un rango de pH favorable. Esto es, de 7.2 a 7.6.
El cloro como chivo expiatorio
¿Cuantas veces se ha culpado al cloro del enrojecimiento de los ojos, la sequedad de la piel, o, simplemente, del asfixiante olor típico de las grandes piscinas de interior?
Cierto que el causante de todos estos males son las cloraminas derivadas del cloro. Pero el verdadero culpable son las personas que entran en contacto con el agua, y su higiene personal, pues las cloraminas se liberan cuando el sudor, la orina y la materia fecal de los bañistas entran en juego.
¿La solución? Una ducha al pie de la piscina. De este modo ni tus invitados tendrán excusa para no higienizarse antes de entrar al agua y dejar fuera toda forma de vida microscópica que nadie ha invitado a la fiesta.
En conclusión, el cloro es un químico que utilizado correctamente puede ser un gran aliado durante todos nuestros baños. Muchos jardineros lo utilizan incluso para regar sus plantas y eliminar así bacterias y larvas de insectos indeseados. Si tu piscina empieza a tener el fuerte olor de las cloraminas, es momento de restaurar el equilibrio químico del agua y de exigir una mayor higiene a los invitados.
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